viernes, 13 de mayo de 2005

De "La lentitud de los bueyes"


Vuestro silencio y mi quietud se compensaron mientras duró el invierno y el fuego azul de los sarmientos.

Vuestro silencio fue más viejo y apagado que mi ausencia.

Después, alguna tarde, nos agrupamos todos en las tabernas de la desposesión, y allí bebimos el vino más amargo de la tierra.

La materia, inferior al instinto, cayó sobre nosotros en aluvión de piedras y retama.

Y ahora ocultamos en lugar seguro la sangre de aquel árbol que resistió al diluvio y al amor del esparto.

Ahora el silencio resuena en la mañana con timbres nunca oídos y su vientre destila grumos agrios.

Nadie conoce el valle del silencio ni las acequias verdes que cruzan nuestras almas.

Nadie se acerca hasta el lugar agreste donde madura la locura como un fruto.

Pues el silencio crece como vid silvestre y nuestros cuerpos resuman mansedumbre.

Julio Llamazares

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