lunes, 28 de noviembre de 2005

La orfebrería de un tango

La orfebrería de un tango

Hay muchas cosas que haría a gusto sin riesgo de arrepentirme y aunque me supusiesen la ruina. A gusto pagaría la mitad del sueldo por llegar a fin de mes con la otra mitad. No regatearía el último centavo de mi bolsillo si pudiese conseguir una de esas mesas mundo adelante por las que se desliza durante la cena Shirley Bassey cantando "Diamonds are forever" con el cuerpo enfundado como un sable de ébano en la piel de un pasamanos. ¿Y quién no daría una buena cantidad por permitirse el gustazo de que cuatro intelectuales pedantes le aplaudiesen el fraseo de un pedo en mitad de un mal discurso? Creo que a mi querida Susana Pose no le disgustaría en absoluto la bronca de cualquier fulano a punto de ofenderla con la voz de Sinatra. Muchas noches hablamos sobre ello en "El Corzo" y creo haber llegado con ella a la conclusión de que los seres humanos nos fijamos demasiado en la apariencia de las cosas, en los volúmenes, en la geometría y en el peso efímero y trivial de las jodidas cosas, pero, maldita sea, muchacho, seamos sinceros, de las velas de la regata, ¿quién recuerda el viento? Ya no me fijo en las mujeres con el mismo criterio con el que hace años reparaba en ellas, y en cuanto a los hombres, muchacho, ¡qué quieres que te diga!, en cuanto a los fulanos, te diré que una mujer resuelta, bella e inteligente es la única clase de hombre que me gusta. Con los años uno se vuelve más realista y comprende que a las mujeres lo que hay que mirarles no es únicamente el cuerpo y las flaquezas, y que el alma femenina es algo que te gustaría contraer en tu alma como se contrae una cordial enfermedad emocional cuya única secuela sea una balada, un labio mordido o una novela corta. No creo que un hombre tenga a su alcanza mayor placer que el de llorar por amor en los ojos de una mujer ciega. A la gente hay que saber buscarle la radiología y el alma, así que de las mujeres ahora miro cómo se sientan, su manera de andar, la exquisita y superflua soltura de su ropa, el sublime ademán de quitarse el pendiente cuando hablan por teléfono y esa mirada aguada por la clase de secreta e íntima amargura que las mujeres como Susana Pose superan con un cigarrillo, un trago de saliva y un colirio. Es en la estilizada y escéptica elegancia del dolor donde radica la diferencia. Es ese el matiz que distingue a Susana de muchas otras mujeres. Conozco docenas chicas más hermosas, más altas, menos drásticas e igual de secretas, muchacho, pero de entre todas ellas, amigo, diría que la mayoría de las otras tienen obstetricia y volumen, como las obras de Botero, y que, en cambio, Susana Pose tiene sintaxis, o sea, tiene folio, así que cuando se muera, muchacho, se habrá ganado a pulso que la entierren, como al humo, en la orfebrería de un tango. Hay cosas que sólo ocurren por la noche, como por la noche ocurren las estrellas, los taxis en punto muerto y el pirotécnico flúor de los cementerios. Podría explicarlo si dispusiese de talento como dispongo de tiempo. El caso es que en la madrugada de "El Corzo" los habituales del local de Suso Oitavén nos comportamos con la misma terminal franqueza que si afrontásemos el futuro sorbiendo vodka y veronal en la sala de espera del Holocausto, sin diferencias ni clases, persuadidos, muchacho, de que ya no somos niños, que mañana habrán pasado diez años como poco, dulcemente resignados a administrar nuestras vagas esperanzas con la misma elegante entereza con la que el navegante a la deriva quema durante la tormenta las velas para no morir a oscuras.Hay cosas que ocurren a tu alcance por la noche, muchacho, si sabes verlas. Lo sabe mi querida Susana Pose, que cada vez que se ausenta con amargura de la barra del pub regresa al poco rato tan radiante y primeriza como si en el tocador de "El Corzo" alguien cambiase cada poco para ellas la toalla y el espejo...

José Luis Alvite





sábado, 5 de noviembre de 2005

Un tipo vestido por el sastre de Dios

A Indah

"La gramática tiene sobre el cuchillo la ventaja
de que no te manchas de sangre
ni arriesgas al mismo tiempo la libertad y el prestigio".

Esto de escribir tiene la ventaja de que el mundo no es como sucede a tu alrededor, sino como ocurre en tu cabeza. Los hechos, las cosas y las personas se despliegan en el revés de tus ojos según le venga en gana a las pulsaciones de tus dedos. La vida no es más que un puñado de párrafos, muchacho, y con un mínimo de literatura puedes recorrer el mundo en folio y medio sin haber sacado jamás los pies de la esfera del reloj. A todos nos salta alguna vez la idea de matar a un enemigo y disimularlo en el congelador con la mitad de un ternero. No cometemos el asesinato porque somos torpes, dejaríamos más huellas que dedos tenemos y acabaríamos de amantes de un violador en una de esas cárceles en las que incluso los pájaros del patio mean sangre y cerrojo. Es preferible matarlo por escrito en el teclado del ordenador y quedarnos luego con su chica, con su coche y con aquel traje que le hacía más alto y más delgado y como que le daba mas liquidez en el banco. La gramática tiene sobre el cuchillo la ventaja de que no te manchas de sangre ni arriesgas al mismo tiempo la libertad y el prestigio.
Los grandes crímenes del cine salieron de la mente de un escritor, igual que los momentos más tiernos, las escenas de amor, los tiempos perdidos en los que no ocurre nada hasta que en el presagio del atardecer aparece por el horizonte, como una mata de perfume, el humo del tren en el que viene la nueva maestra del pueblo inhóspito y apartado, la chica inocente que aún conserva en el peinado el molde de las manos de su madre. A veces mis dedos desnudan una mujer aunque sólo sea por darme a continuación el infinito placer de imaginarla vestida. O redacto un tipo cruel y sin alma que mira la espeluznante fotografía de aquella escuálida y exánime niña de Ruanda acechada en cuclillas por un ave de rapiña y el muy cabrón sólo tiene un fugaz instante de sorna y misericordia para preguntarse qué diablos habrá sido del buitre.
Ahora que tanto nos preocupa la enfermiza obsesión por la salud, mis dedos se permiten recrear en la mágica libertad del ordenador las arbitrarias patologías de mi infancia, cuando en la guerra los soldados echaban una mano en la amputación de su otro brazo y en el instrumental de los quirófanos jamás faltaba un cenicero. Conocí en mi teclado a un tipo desconfiado que echaba al correo las palomas mensajeras y a una chica que me aseguró que Cary Grant no habría sido tan alto ni tan apuesto si el guionista de "Charada" hubiese tirado a la papelera aquellas frases que parecían escritas para él por el sastre de Dios.
A veces pienso que no hay mujeres feas, sino mujeres mal contadas. Nuestras vidas ganarían muchos si sustituyésemos el espejo por la máquina de escribir. No importa que te rechace con desprecio la mujer con la que soñabas , muchacho, si a continuación te encierras a solas con tu puño y letra y cuentas que justo a mitad del instante en el que te dejó plantado, reuniste el vocabulario y los reflejos para capear el asunto diciéndole que no estabas en absoluto seguro de que aquello fuese a salir bien pero, ¡que demonios!, incluso el hombre más gris y rutinario tiene derecho a no morirse sin sentir la sensación de haber sido despreciado por una mujer más interesante que su alma.
Algo así está al alcance de cualquiera. Nos acobardamos por falta de vocabulario y porque nos fiamos más de la ropa que de la sintaxis. Con un cigarrillo y una maquina de escribir, muchacho, todo tiene remedio, incluso cuando llegado el instante de la mortaja apartas el jarabe del viático, sacas las manos del sudario y te permites la terminal arrogancia de escribir que con un poco de imaginación, incluso la muerte puede parecer un cumplido. Aunque para tus adentros no lo creas, amigo mío, y sea evidente que a la vida casi siempre le falla la literatura y que a veces tienen más premio los tipos que actúan convencidos de que al corazón de una mujer es más divertido llegarle a través de sus piernas...

José Luis Alvite

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