lunes, 23 de junio de 2008

Canción de aniversario


"...incómodos
de no sentir el peso de los años".
J. Gil de Biedma

Son
extrañamente hermosos todavía,
estos labios de hace ahora tres años
y me parece inédito
el gesto de tu beso,
este llegar aquí cada vez más tranquilo,
con la serenidad
del que tiene por cómplice la vida
y su rutina.

Hoy sabemos que entonces,
cuando tus veinte años y mi primer abrazo,
empezamos por ser
sobre todo indecisos: la tímida torpeza
de la primera noche
y la dificultad
con que dejar las manos
en el hábito infiel de nuestros vicios.

Ahora
extrañamente hermoso estar aquí,
demasiado a menudo y decididos,
incómodo
de no sentir el peso de los años
aprendiendo contigo la premeditación
y escribiendo en tu piel mi alevosía.

Porque suele haber bancos donde se espera siempre,
aceras que prefieres por costumbre
o líneas de autobús al mediodía.

Y sin embargo tú
reapareces inédita en tu gesto
para decirme hoy
que le conteste al tiempo y sus preguntas
el práctico saber que tienes de mi cuerpo.

Luis García Montero





jueves, 19 de junio de 2008

Donde habita el olvido

Yo sé que los espejos son el agua
estancada de un río que se mueve.
Luis García Montero.
Cuando pasen los años
-imagina ese tiempo donde habita el olvido-,
dime qué ha de quedar
de ese minuto en que te abrazo,
del verano flamante que encendemos
tal si de un fuego último
se tratara.

En las noches
de entonces, en belleza iguales y distintas
a ésta que procura su delirio,
la luna que ahora vemos
será otra porque otros serán quienes la miren.
Nadie sabrá de este milagro
que el cielo nos ofrenda
y hoy se inflama en nosotros,
del instante preciso que cumple mi deseo
en la sed de tus labios.
La lluvia habrá borrado de este mundo
el epitafio inútil
que aún no hemos decidido,
y el viento de tu voz, que hoy me lleva en su música,
será el eco inaudible de esta breve fortuna.

Este momento acaso ya se pierde
en el mar vislumbrado de la nada,
ese mar que en su abismo
sepulta la alegría de los otros
que hace tanto soñaran como yo a ti te sueño.

También ellos supieron
que esta luna que hoy vive, asombrada, en lo alto,
no es aquella que ardiera
en el cielo espejado de sus ojos,
aunque sí sea el mismo
este brillo aparente de la falsa moneda
que en mis versos trasluce
la ficción de su plata.

Ginés Aniorte



sábado, 7 de junio de 2008

Secreta mujer

secreta mujer

No puedo dormir.
No puedo dormir.
Atravesada entre los párpados
tengo una mujer,
secreta mujer
tan sol y tan luna
que abre mis ojos y me obliga a ver
mi desventura y mi fortuna.
Y no me deja dormir
esa mujer,
esa secreta mujer.

Arránqueme, señora, las ropas.
Desnúdeme.
Arránqueme, señora, las dudas.
Desdúdeme.
Arránqueme, señora, las ropas y las dudas.
Desnúdeme. Desdúdeme.

Secreta mujer.
Secreta mujer.
Atravesada entre mis párpados
le quiero decir,
le quiero pedir
que me deje, que se vaya.
Pero no puedo hablar a mi pesar.
Atravesada en la garganta,
me atormenta una mujer
esa mujer,
esa secreta mujer.

Arránqueme, señora, las ropas.
Desnúdeme.
Arránqueme, señora, las dudas.
Desdúdeme.
Arránqueme, señora, las ropas y las dudas.
Desnúdeme. Desdúdeme.

Eduardo Galeano



Fe de vida

fe de vida Natura deficit, fortuna mutatur, deus omnia cernit.
(La naturaleza nos traiciona, la fortuna cambia,
un dios mira las cosas desde lo alto)
Marguerite Yourcenar. De "Memorias de Adriano"

Esperar junto a este mar (en el que nacieron las ideas)
sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas).
Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,
el aroma del azahar, la noche de orquídeas
en las calas olvidadas.
Sólo permanecer viendo el ave que pasa
y no regresa; quedar
esperando a que el cielo amarillo
arda y se limpie de relámpagos
que llegarán saltando de una isla a otra isla.
O contemplar la nube blanca
que, no siendo nada, parece ser feliz.
Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá,
sobre las olas que pasan,
como un remo perdido.
O seguir, como los delfines,
la dirección de un tiempo sentenciado.
Ser como la hora de las barcas en las noches de enero,
que se adormecen entre narcisos y faros.
Dejadme, no con la luz del conocimiento
(que nació y se alzó de este mar),
sino simplemente con la luz de este mar.
O con sus muchas luces:
las de oro encendido y las de frío verdor.
o con la luz de todos los azules.
Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,
que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,
a los días tensos, a las ideas como cuchillos.
Ser como olivo o estanque.
Que alguien me tenga en su mano como a un puñado de sal.
O de luz.
Cerrar los ojos en el silencio del aroma
para que el corazón -al fin- pueda ver.
Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.
Dejadme compartiendo el silencio
y la soledad de los porches,
la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de los ruiseñores de junio,
que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes.
Dejadme con la libertad que se pierde
en los labios de una mujer.

Antonio Colinas. De “El libro de la mansedumbre



miércoles, 4 de junio de 2008

La luna no se inmuta

la luna no se inmuta
Por diversas razones en mi pensamiento
dedico estas letras:
a Indah, aVesta, a Mar, a Camila,
a Marian, a UMA, y a Luz.
Un fascinante arco iris de mujeres,
plenas de color, calor y encanto
Joshua Naraim

En mi mundo, yo soy todo lo que es.
No hay nada que olvidar,
nada que perdonar,
nada que recordar,
ningún rencor que mantener,
ningún conflito que disputar,
nadie a quien ofender;
incluso en el conflito
no hay conflito.
Deepak Chopra

Ella sentía; él pensaba. Ella daba mucha importancia al corazón; él valoraba por encima de todo el intelecto. El suyo había sido un matrimonio de conveniencia, como tantos otros en las lejanas tierras del Oriente. Se querían, pero no se entendían. Eran jóvenes, más entre ellos se interponía un gran abismo. Él atendía los negocios de la familia, de espaldas a los demás; ella atendía a todos, de espaldas a los negocios de la familia.

-Si fuera por ti –le reprochó él un día-, estaríamos en la miseria y no tendríamos qué comer. No sólo eres dadivosa con nuestros familiares y amigos, sino incluso con los desconocidos y hasta aquellos que nos detestan.

La joven repuso con unas palabras de Buda:
-Marido mío, “dieciséis veces más importante que la luz de la luna es la luz del sol; dieciséis veces más importante que la luz del sol es la luz de la mente; dieciséis veces más importante que la luz de la mente es la luz del corazón”.

Más era un hombre de mente calculadora y replicó airado:
-¡No digas tonterías! Nada es más importante que la luz de la mente.
-Pero el mayor poder es el del corazón, es decir, el del amor.
-El mayor poder –protestó secamente el hombre- es el del cerebro, es decir, el de la mente.

El hombre se volvió cada vez más frío, calculador e insensible; la mujer más tierna, entrañable y cariñosa. Él cada vez era más irascible y ella, cada vez más sosegada.
Los años pasaron. El hombre acumuló una gran fortuna, pero su carácter era cada vez más violento. La mujer había aprendido a amarle, como a una criatura casi enferma. Él comenzó a sumar enemigos, pero ella cada vez contaba con más personas que la querían. A nadie ayudaba el hombre, ya ni siquiera a los suyos, en tanto su esposa era como una brisa de benevolencia y cariño para todos, sin exclusiones. El hombre comenzó a debilitarse y a envejecer prematuramente, en tanto que la mujer cada vez estaba más fortalecida, joven y hermosa.

-¿Cuál es tu maldito secreto? –le preguntó el hombre lleno de resentimiento y envidia.
-No hay más secreto que el del amor –respondió la mujer apaciblemente.

Pero el marido estaba convencido de que el secreto no era ése.
Como ella siempre respondía lo mismo, un día el hombre se encolerizó y la golpeo sin clemencia. Aunque ensangrentada y cubierta de hematomas, la mujer no se turbó y, lo más sorprendente, después de recibir la paliza, miró afectuosamente a su marido. Él se sintió avergonzado y prorrumpió en un llanto incontenible.

-¿Cómo es posible que no te inmutes?
-Acompáñame –dijo la mujer por toda respuesta a su esposo, todavía sollozante y sin dejar de pedir perdón.
Salieron al campo. Dejaron atrás el pueblo, sumido en el silencio de la noche, una noche espléndida y luminosa.
-Mira la luna –dijo la mujer, y después añadió-: Escucha el aullido de los chacales. Aúllan, pero la luna no se inmuta, no pierde su equilibrio. Tampoco deja de iluminar la noche espontáneamente. No podría hacer otra cosa aunque quisiera.

El marido, hundido en la desesperación, cayó a los pies de su esposa y los besó.

Sólo vivió dos años más, pero había comprendido que un mundo sin amor era un infierno y durante el tiempo que le quedó de vida se reconcilió con aquellos con los que había peleado, pidió perdón a los que había ofendido, resarció con creces a los que había explotado y encontró la calma interior. Antes de morir le confesó a su esposa:

-Tú hiciste crecer mi semilla del amor. Así mi vida ha tenido algún sentido. Aunque los chacales aúllen, la luna no se inmuta en el firmamento.

Ramiro Calle. De “El libro del amor”



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