Hoy he decidido poner un poco de orden en mis papeles. Será por la estación -otoño- que se me caen las hojas y se desparaman por el suelo. De entre todas sobresale una: un triste relato, por lo que esconde de real, de María del Mar Sánchez inspirado en la vida de su abuela y en la de otras personas mayores como ella.
LOS RECUERDOS
Acababa de cumplir 80 años y sentía que la vida se le había ido de las manos casi sin darse cuenta. Parecía que había sido ayer cuando iba a la fuente del pueblo para coger agua, o bajaba al río para lavar la ropa, y cuando ayudaba a su madre con los quehaceres de la casa, para que cuando su padre volviera de trabajar en la mina todo estuviera listo para él. Había sido un buen padre, muy estricto, pera cariñoso y bueno con su mujer y su hija. ¡Dios mío, que distinto era todo ahora! Si su madre hubiera visto la cantidad de aparatos que tenía hoy en día en la casa, se hubiera reído y hubiera dicho con su acento andaluz: “¡Niña, y tanto trasto “pa” qué!”.
Se había casado con 19 años recién cumplidos con un hombre que apenas conocía, porque los noviazgos de entonces no eran como los de ahora, pero sus familias se conocían desde hacía años y, en aquellos tiempos, eso suponía una especie de certificado de que el hombre que iba a ser su marido era un tipo serio y cabal. Le había dado cuatro hijos. Hijos que había criado con mucho esfuerzo y trabajo, quedándose hasta altas horas de la madrugada lavando ropa en la pila, cosiendo las ropas de los niños y consiguiendo que lo que le daba su marido fuera bastante para llegar hasta el fin de mes. Había trabajado tanto a lo largo de su vida que ahora que llegaba al final de ella se preguntaba si tanto esfuerzo había merecido la pena.
Los hijos se habían ido de casa hacía bastante tiempo, se habían casado y ya tenían sus propias familias. Era cierto que venían a verla y la animaban a que se fuera a vivir con ellos, pero ella no podía. Tan cómoda como en su propia casa no se sentiría en ningún sitio. Su marido había muerto pocos años antes; pero, a decir verdad, él también hacía tiempo que se había marchado de su vida, incluso antes de morir. Su relación se había roto bastantes años antes, pero la costumbre de estar juntos los había mantenido unidos hasta el fin.
Ahora estaba sola y tenía mucho tiempo para pensar, demasiado tiempo. Le daba vueltas a su vida y se preguntaba sin cesar si todo hubiera sido distinto, si hubiera hecho esto o aquello, o no hubiera hecho lo otro. Pero ya no servía de nada preguntarse esas cosas porque jamás encontraría las respuestas. Aún así, últimamente no paraba de pensar que su vida podría haber sido mejor. Era curioso cómo ahora que habían transcurrido tantos años era capaz de recordar cosas que habían sucedido hacía tanto tiempo y, sin embargo, no podía decir con seguridad qué había cenado la noche anterior. Pero los recuerdos acudían a su cabeza uno tras otro, como si estuviera viendo una película en la que ella era la protagonista y ahora era capaz de apreciar detalles de su vida a los que no había prestado atención antes. Los recuerdos la perseguían sin tregua últimamente, pero ya no podía hacer nada porque ahora eran sólo eso, recuerdos.
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