viernes, 23 de julio de 2010

Abajo el fatalismo: Cómo el mundo resiste a las predicciones de los pesimistas


Pesimismo vs optimismo

“No hay que ser paternalista con el lector, 
sino llevarle de la mano hasta las fronteras del conocimiento 
para que eche un vistazo a lo que hay fuera.
La ciencia de vanguardia no trata sobre el conocimiento, 
sino sobre la ignorancia”.
Matt Ridley
Matt Ridley es un escritor científico británico que obtuvo el doctorado en Zoología por la Universidad de Oxford antes de comenzar su carrera como periodista científico. 
Ha trabajado como corresponsal científico para The Economist y para The Daily Telegraph . Tiene un excelente blog llamado “The Rational Optimist”. Actualmente preside el International Centre of Life, Newcastle, Reino Unido dedicado a la difusión de la ciencia, y es profesor visitante en el laboratorio Cold Spring Habor de Nueva York. Entre sus libros destacan: The Red Queen: Sex and the Evolution of Human Nature (1995), The Origins of Virtue (1997) y Genoma: La autobiografía de una especie en 23 capítulos, por editorial Taurus.
Les ofrecemos la traducción de Antonio Arturo González de uno de sus artículos más interesantes.

Cuando yo era un estudiante, en la década de 1970, el mundo estaba llegando a su fin, o eso me decían los mayores.  Decían que la explosión demográfica era imparable, la hambruna en masa inminente,  se iniciaba una epidemia de cáncer causado por productos químicos en el medio ambiente, el desierto del Sahara avanzaba una milla por año, volvía la edad del hielo, el petróleo se estaba agotando, la contaminación del aire nos estaba a asfixiando y el invierno nuclear nos iba a rematar. No parecía tener mucho sentido hacer planes de futuro. Me acuerdo de una fantasía que tenía, me iría a las islas Hébridas, cerca de la costa oeste de Escocia, y viviría de la tierra para poder sobrevivir a estos holocaustos, al menos hasta que el cáncer me pillara.
No me estoy inventando nada. Cuando yo tenía 21 años me di cuenta de que nadie me había dicho nunca nada optimista sobre el futuro del planeta y su gente, ni en una conferencia, ni en un programa de televisión. Ni siquiera en una conversación en un bar, al menos que yo pudiera recordar. El desastre era seguro.
Las dos décadas siguientes fueron igual de malas: la lluvia ácida iba a devastar los bosques, la pérdida de la capa de ozono nos iba a freír, los estrógenos iban a diezmar la cantidad de espermatozoides, la gripe porcina, la gripe aviar y el virus del Ébola nos iban a aniquilar a todos. En 1992,  la Cumbre de la Tierra de las Naciones Unidas celebrada en Río de Janeiro abrió su agenda para el siglo XXI con estas palabras “La humanidad se encuentra en un momento decisivo de su historia. Nos enfrentamos con la perpetuación de las disparidades entre las naciones y dentro de ellas, un agravamiento de la pobreza, el hambre, las enfermedades y el analfabetismo, y el continuo deterioro de los ecosistemas de los que dependemos para nuestro bienestar”.
Para entonces yo había empezado ya a darme cuenta de que este terrible futuro no era tan malo. De hecho, todos y cada uno de los desastres con que me habían amenazado habían resultado falsos o exagerados. La explosión demográfica se suavizó, el hambre había sido erradicada en gran parte (salvo en las tiranías asoladas por la guerra), la India exportaba alimentos, la tasa de cáncer (ajustada por edad) caía en vez de aumentar, el Sahel se hacía más verde, el clima se templaba, el petróleo era abundante, la contaminación del aire mejoraba rápidamente, el desarme nuclear avanzaba aceleradamente, los bosques prosperaban, la calidad del esperma no se había desplomado. Y, sobre todo, la prosperidad y la libertad estaban avanzando a costa de la pobreza y la tiranía.
Comencé a interesarme y hace unos años empecé a preparar un libro sobre el tema. Me quedé asombrado por lo que descubrí. Durante los años de mi vida, la renta per cápita global, corregida la inflación, se había triplicado , la esperanza de vida se había incrementado en un tercio, la mortalidad infantil había disminuido en dos tercios, la tasa de crecimiento de la población se había reducido a la mitad. Había salido de la pobreza más gente que en toda la historia anterior de la humanidad. Cuando yo nací, el 36% de los estadounidenses tenía aire acondicionado. Hoy en día el 79% de los estadounidenses por debajo del umbral de la pobreza tienen aire acondicionado. Las emisiones contaminantes de los automóviles se redujeron un 98%. El tiempo de salario medio que hay que trabajar para pagar una hora de luz artificial para leer bajó de 8 segundos a medio segundo.
Los seres humanos no sólo son más prósperos, también son más saludables, más sabios, más felices, más tolerantes, menos violentos, más iguales. Compruébelo usted mismo, los datos son claros. Sin embargo, los pesimistas eran cada vez más estridentes y apocalípticos. Nos enfrentábamos al “fin de la naturaleza”, a la “anarquía inminente’, a un “futuro robado”, al “siglo final” y a la catástrofe climática. Y empecé a preguntarme ¿por qué el fracaso de las predicciones anteriores tiene tan pocas consecuencias en esta letanía?
Pronto me di cuenta. Como otros que han tratado de llamar la atención sobre la mejora de los niveles de vida, en particular Julian Simon y Bjorn Lomborg, estoy empezando a ser objeto de una sostenida campaña de difamación de los pesimistas. Distorsionan mis argumentos, cuestionan mis motivos y me atacan por decir cosas que nunca dije. Dicen que yo pienso que el mundo es perfecto, cuando no puede estar más claro que yo defiendo el progreso precisamente porque tenemos que ser ambiciosos para corregir tantas cosas que siguen estando mal. Dicen que soy un conservador, cuando es el temor reaccionario hacia el cambio lo que ataco. Dicen que favorezco a los ricos, cuando es la prosperidad de los pobres lo que yo defiendo. Dicen que soy un conformista, cuando es todo lo contrario. Sabía que esto iba a pasar, y lo tomo como un malintencionado cumplido, pero aun así la intensidad es alarmante. En vez de mantener un debate, están ansiosos por cerrarlo.
Ahora veo en primera persona cómo evité toda buena noticia cuando yo era joven. ¿Dónde están los grupos de presión con interés en relatar las buenas noticias? No existen. Por el contrario, los gigantes de las malas noticias, como Greenpeace, Amigos de la Tierra y el WWF, gastan cientos de millones de dólares al año, y el desastre es su mejor recaudador de fondos. ¿Dónde está el interés de los medios de comunicación en verificar los resultados de las predicciones pesimistas anteriores? No hay ninguno. Según mis cuentas, Lester Brown, ha pronosticado ya un punto de inflexión en los rendimientos agrícolas en seis ocasiones desde 1974, y se ha equivocado cada vez. Paul Ehrlich ha venido pronosticando hambrunas y cáncer masivos durante 40 años. Todavía predice que “el mundo está llegando a un punto de inflexión”.
Ah, esa frase otra vez. Yo la llamo inflexionitis. No suele andar lejos de los labios de los profetas de la catástrofe. Están convencidos de que se encuentran en lo alto del pivote de la historia, el punto de inflexión donde la montaña rusa comienza a ir cuesta abajo. Pero entonces comencé a mirar hacia el pasado para ver qué habían dicho antes los pesimistas y descubrí la expresión usada en cada generación, o un equivalente. La causa de su pesimismo variaba -por ejemplo, tintada a menudo de eugenesia a principios del siglo veinte-, pero la certeza de que su propia generación se hallaba en el cénit de la historia humana era la misma.
Me remonté hasta 1830 y aún estaba la misma creencia. De hecho, el poeta e historiador Thomas Macaulay ya estaba harto por entonces: “No podemos probar con certeza que están equivocados quienes nos dicen que la sociedad ha llegado a un punto sin retorno y que hemos visto ya nuestros mejores días. Pero lo mismo dijeron todos antes de nosotros y con la misma razón aparente”. Y continúa: “¿En base a qué principio, cuando detrás nuestro no vemos otra cosa que mejoras, tenemos que esperar nada más que deterioro en el futuro?
En efecto.


Original: Matt Ridley
Traducción: Antonio Arturo González
www.rationaloptimist.com

6 comentarios:

mateosantamarta dijo...

Confieso, Joshua, que yo soy a menudo pesimista, aunque con esperanzas de que todo será para bien.
Gracias por tu visita y comentario: me alegró mucho
Gamoneda vive en León, -tierra en que nací-.
Un abrazo

Arya dijo...

Me dejaste pensando en el comentario q me dejaste.. ahora encuentro este buen articulo... y a la vez voy leyendo "no hay errores en esta vida, solo lecciones. No hay cosa tal como experiencias negativas, solo oportunidades para crecer, aprender y avanzar en el camino del conocimiento personal. De la lucha viene la fuerza. Inclusive el dolor puede ser un gran maetro"

Ahh gran dia al que despierto hoy... Como siempre mi luz para ti.. y mis gracias :)

gaia07 dijo...

Bueno, es verdad que el ser humano no es tan malo como parece. Al menos cuando es virulento lo es tanto como la propia Naturaleza terrestre.

El mundo nuestro es un sitio de contrastes, tanto en su aspecto como en sus acciones, por lo que el pesimismo y el optimismo son tan necesarios como el agua y la tierra para que subsista y nada se disgregue mas allá de lo necesario. Ambos aspectos contrapuestos evitan los excesos tanto en el poco como en el mucho.

Un beso.

Joshua Naraim dijo...

Creo que alguien dijo que un pesimista es un optimista con experiencia. Mi experiencia vital me lleva a pensar, a pesar de mi natural excepticismo, que hay una tendencia a que nuestros sueños y pensamientos se transformen en realidad, pero esa realidad suele tener sorpresas, se cumplen nuestros deseos pero casi nunca como imaginamos.
Alguien afirmó: "Ten mucho cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se cumpla"
Ante la duda, el mejor planteamiento es poner la mente en positivo, ver el vaso medio lleno y disfrutarlo.
Un abrazo Mateo

Joshua Naraim dijo...

¡Incitarte a pensar, Arya, que gran honor! Quizá sea la facultad más sorpendente y maravillosa con lo que contamos y la que nos ha permitido sobrevivir como especie. Además, pensar es gratís,de momento no hay ninguna multinacional que nos cobre por ello y tampoco paga impuestos.
De todos modos es una facultad que se usa poco, en general,o sea,que tiene un gran posibilidad de desarrollo y crecimiento.
Me viene a la cabeza una sabia recomendación: "Di lo que piensas, pero piensa lo que dices"
Gracías por seguir encendida.

Joshua Naraim dijo...

El ser humano, Gaia, tiene la facultad y potencialidad de abarcar todos los niveles del binomio maldad-bondad y, además,por la ley de la relatividad, ser al mismo tiempo héroe para unos y villano para otros.
La virtud, como bien saben los budistas, y que nos ha llegado a través de la sabiduría popular de nuestros mayores, está en el camino del medio.
Un besote

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