III
Y cuando dejas que tu corazón se llene de contento ante la belleza eterna del Amado
y que tu alma Le reconozca en el amanecer o en la noche,
en la cima o en el abismo,
en la angustia o en la paz...
Cuando ves la hermosura de Su rostro llenándote de amor desde todo lo que existe
y dejas que la vela de tu alma se consuma sin temor...
Cuando lo mismo te da volar por la inmensidad de los cielos o llevar contigo el fuego ardiente de todos los infiernos,
cuando caminas sin temor por entre la luz o la sombra
o cuando es igual a tu alma la gloria o la humillación...
En ese instante,
en el instante mismo en que tú ya no existes...
Comprendes el misterio profundo del sacrificio,
del darse sin preguntar.
Y tu alma libre.
aunque atada por todas las cadenas,
se entrega a la vida como el agua que cae,
sobre el barro labrado de un cántaro abierto,
a la sed de todos los que tienen sed.
Y amas el clavo que penetra las manos
y los pies sobre una cruz de madera que rompe el templo sagrado del cuerpo eterno de Dios.
Despiertas al sol que se levanta más allá de la oscura noche
de un espejismo de mármol,
de la choza de paja, de la hogaza de pan,
del oro, del bronce.
La luz que resplandece más allá de todas las entregas,
de todos los sacrificios,
de todas las guerras,
de todas las glorias,
de todos los teatros que hacen confundir el acto con el actor.
Y comprendes que el amor es el milagro mismo de la vida,
el misterio del desprendimiento,
el cáliz que se desangra,
la llama que se consume a sí misma en la oscuridad.
Que el amor es estrella que guía,
vino que rompe la copa,
crisálida que sueña sueños de eternidad.
Agua que da vida,
fuego que purifica,
viento al que se entrega plena la libertad.
Surco que se abre,
semilla que se rompe en fruto
lluvia que se ofrenda pura a la tierra bendita.
Alas del ángel que seca tus lágrimas,
sandalias del pescador que tira su red al infinito mar.
Que el amor es certeza al corazón de los que dudan,
camino a los pies de los que yerran,
luz a los que buscan en la oscuridad.
Que el amor es fuego que consume toda duda,
arco desde donde lanzas tu propio corazón.
Certeza con la que tu alma moldea los caminos infinitos de tu propia libertad,
Y es tuya la opción,
tuya la intención,
tuyo el hecho, el sueño y la palabra.
De Él son los frutos.
Del Tejedor el tejido.
De Él los resultados y de Él la comunión del Todo.
De nosotros la pasión y la espera,
el anhelo y la entrega,
el ser para dejar de ser,
pues cuando la gota se entrega al mar desaparece
y cuando el rayo regresa al sol es aniquilado.
Y allí en el no ser al que sólo se llega cuando ya has sido, trasciendes todos los límites y todas las barreras.
Mientras la crisálida de tu alma sueña los colores infinitos de sus alas y la vida vibra en ella,
abierta y plena,
profunda y única en la intensidad del Todo.
Allí dejas que tu alma fluya libre como el viento
y que la misericordia del Músico Divino toque la cuerda más sensible de tu propio corazón,
para ser música,
para ser poesía,
para morir a lo que somos y despertar juntos a la Vida...
al amanecer de la medianoche.
Crisálidas que tejen la belleza de sus alas y las queman en el ardiente fuego de Su amor infinito.
Y cuando dejas que tu corazón se llene de contento ante la belleza eterna del Amado
y que tu alma Le reconozca en el amanecer o en la noche,
en la cima o en el abismo,
en la angustia o en la paz...
Cuando ves la hermosura de Su rostro llenándote de amor desde todo lo que existe
y dejas que la vela de tu alma se consuma sin temor...
Cuando lo mismo te da volar por la inmensidad de los cielos o llevar contigo el fuego ardiente de todos los infiernos,
cuando caminas sin temor por entre la luz o la sombra
o cuando es igual a tu alma la gloria o la humillación...
En ese instante,
en el instante mismo en que tú ya no existes...
Comprendes el misterio profundo del sacrificio,
del darse sin preguntar.
Y tu alma libre.
aunque atada por todas las cadenas,
se entrega a la vida como el agua que cae,
sobre el barro labrado de un cántaro abierto,
a la sed de todos los que tienen sed.
Y amas el clavo que penetra las manos
y los pies sobre una cruz de madera que rompe el templo sagrado del cuerpo eterno de Dios.
Despiertas al sol que se levanta más allá de la oscura noche
de un espejismo de mármol,
de la choza de paja, de la hogaza de pan,
del oro, del bronce.
La luz que resplandece más allá de todas las entregas,
de todos los sacrificios,
de todas las guerras,
de todas las glorias,
de todos los teatros que hacen confundir el acto con el actor.
Y comprendes que el amor es el milagro mismo de la vida,
el misterio del desprendimiento,
el cáliz que se desangra,
la llama que se consume a sí misma en la oscuridad.
Que el amor es estrella que guía,
vino que rompe la copa,
crisálida que sueña sueños de eternidad.
Agua que da vida,
fuego que purifica,
viento al que se entrega plena la libertad.
Surco que se abre,
semilla que se rompe en fruto
lluvia que se ofrenda pura a la tierra bendita.
Alas del ángel que seca tus lágrimas,
sandalias del pescador que tira su red al infinito mar.
Que el amor es certeza al corazón de los que dudan,
camino a los pies de los que yerran,
luz a los que buscan en la oscuridad.
Que el amor es fuego que consume toda duda,
arco desde donde lanzas tu propio corazón.
Certeza con la que tu alma moldea los caminos infinitos de tu propia libertad,
Y es tuya la opción,
tuya la intención,
tuyo el hecho, el sueño y la palabra.
De Él son los frutos.
Del Tejedor el tejido.
De Él los resultados y de Él la comunión del Todo.
De nosotros la pasión y la espera,
el anhelo y la entrega,
el ser para dejar de ser,
pues cuando la gota se entrega al mar desaparece
y cuando el rayo regresa al sol es aniquilado.
Y allí en el no ser al que sólo se llega cuando ya has sido, trasciendes todos los límites y todas las barreras.
Mientras la crisálida de tu alma sueña los colores infinitos de sus alas y la vida vibra en ella,
abierta y plena,
profunda y única en la intensidad del Todo.
Allí dejas que tu alma fluya libre como el viento
y que la misericordia del Músico Divino toque la cuerda más sensible de tu propio corazón,
para ser música,
para ser poesía,
para morir a lo que somos y despertar juntos a la Vida...
al amanecer de la medianoche.
Crisálidas que tejen la belleza de sus alas y las queman en el ardiente fuego de Su amor infinito.
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