jueves, 4 de agosto de 2011

Encasillados


"En esta jodida sociedad no hay un solo vicio
 que no esté mejor visto que la jodida pereza"


Todos en cierto modo somos la consecuencia de nuestros actos y con el paso del tiempo a veces resulta casi inevitable responder a la imagen que los demás se hayan hecho de nosotros, sin importar lo falsa o imprecisa que pueda ser, ni lo injusta que resulte. Todos estamos encasillados, incluso quienes tienen merecida fama de ser anodinos o insustanciales, como le ocurre al tipo del que solo podemos asegurar que le recordamos de no haberle visto jamás en parte alguna. Mi experiencia en la vida nocturna entre gente poco recomendable me dice que el tipo con fama de pendenciero se siente obligado a incordiar para no perder puestos en los corrillos de la nocturnidad, del mismo modo que se considera el exboxeador en el deber de amagar de fogueo una serie encadenada de jabs y crochets para que nadie dude de un pasado que seguramente a él le pesa como una losa de la que sabe que jamás podrá librarse si no es al precio de perder a sus amigos. Recuerdo lo que sobre esto me comentó de madrugada un tipo duro que llevaba años enganchado a la heroína y al crimen: "Tú sabes que soy yonki y que cometo delitos para pagarme la puta droga. También sabes que intenté unas cuantas veces desengancharme. Pude conseguirlo en varias ocasiones, pero no quise. ¿Y sabes por qué renuncié a rehabilitarme? Hago atracos para comprar la heroína y la gente me respeta, o me teme, porque soy un criminal. Podría pedir dinero por las calles para pagarme el vicio, pero estaría perdido. Quienes me conocen entienden que sea un yonki, pero no me perdonarían que fuese un mendigo. En esta jodida sociedad no hay un solo vicio que no esté mejor visto que la jodida pereza". En alguna ocasión os hablé de él. Se llamaba Alejo Pérez Triviño, era un tipo culto e inteligente, tenía un rostro sumarial y culposo, a veces me daba sustos en la penumbra de cualquier callejón y alterné mucho con él porque si en un arrebato inesperado se le ocurriese asesinarme, me habría convertido en una víctima distinta, en un fiambre de marca, en un cadáver de autor. Con él hablé muchas madrugadas sobre la dependencia casi estupefaciente que crean en algunos hombres los estereotipos de los que a veces son simples rehenes. Ahora ya no puedo hablar de nada con él. Perdimos definitivamente contacto con motivo de su fallecimiento, ocurrido en extrañas circunstancias hace once años. Pero pensando en cuál sería su reacción, a pesar de los muchos años que mi amigo lleva bajo tierra, yo no diría que aquel tipo está muerto, sino encasillado.


José Luis Alvite

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