jueves, 1 de septiembre de 2005

La estación azul



...Porque el destino del hombre es el amor,
y cada uno tiene su propia lucha y su propio camino.
Francisco Brines

LA ESTACIÓN AZUL

Basta sólo con que nos olvidemos del espejo en el que multiplicamos el rostro de nuestros deseos y triunfos y salgamos al encuentro de los demás. Basta con que apaguemos las lámparas del abandonado salón por donde resbalamos como principes solitarios, y abramos la ventana para dejarnos envolver por el humo de las más humildes cocinas secretas encendidas en miles de anónimos pechos. Basta con que olvidemos nuestro nombre en el bautismo universal de la luz del amanecer para que, abrazados, arribemos todos a la estación azul. Allí, cada palabra transparece grávida de aliento común, de modo que si alguien dice "ciudad", un coro de voces se hunde en sus propias habitaciones iluminadas mientras el sueño despliega sus mapas. Si alguien pronuncia la palabra "sí", un bosque de cabezas se vuelve un instante y en su giro enciende un rosal de ilusión. Ninguna idea muere en la estación azul, su lava calcina los árboles sin pájaros de tantas frentes y en su espacio de cenizas levanta un aire radiante en el que cada pensamiento es embrión de un ser. Nadie desde su rama canta su horizonte sin antes pulsar el arpa dormida del valle común. Y las gargantas en vuelo se empañan del mismo rocío de beso. Ninguna mujer enciende la luz del silo de su vientre sin que las gacelas se desvanezcan en el bosque y en las ciudades los hombres se reúnan, la mirada perdida en su estación azul. Mientras una pareja se transfigura en la antífona del lecho, su borrasca de luz a los más híspidos alcanza. Y un momento su corazón sin techo siente el dulce sofoco de la estación azul. Basta sólo con que anudemos nuestras manos caídas en el mismo pozo de sombras, para que una criatura pura amanezca investida del impalpable arco iris de la estación azul. Basta con que nuestra sangre multiplique su lengua hasta el himno cada vez que nace un nuevo ser. Basta con que una niña dormida, la tumba llena de llamas de una rosa, la memoria con horizonte de seda o herida por una espina fija, basta con que todo esto nos deje suspensos en el tiempo insondable y frágil de la oración para que se nos revele la estación azul. ¿No oís? Nadie oye. Somos ya la misma música, su estación azul.

Javier Lostalé. De "La rosa inclinada"






1 comentario:

UMA dijo...

Gracias, Joshua, un texto exquisito.Y el destino del hombre es el Amor, antes, durante y despuès tambièn.
Bicos y ternura mi Alto Mago.
Un abrazo.

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