domingo, 29 de marzo de 2009

Idea profunda nº 1


Ansío las estrellas
mas abocada estoy
a la pecera


Aparentemente, de vez en cuando los adultos se toman el tiempo de sentarse a contemplar el desastre de sus vidas. Entonces se lamentan sin comprender y, como moscas que chocan una y otra vez contra el mismo cristal, se inquietan, sufren, se consumen, se afligen y se interrogan sobre el engranaje que los ha conducido allí donde no querían ir. Los más inteligentes llegan incluso a hacer de ello una religión: ¡ah, la despreciable vacuidad de la existencia burguesa! Hay cínicos de esta índole que comparten mesa con papá: “¿Qué ha sido de nuestros sueños de juventud?”, preguntan con aire desencantado y satisfecho. “Se han desvanecido, y cuán perra es la vida…”. Odio esta falsa lucidez de la edad madura. La verdad es que son como todos los demás: chiquillos que no entienden qué les ha ocurrido y que van de duros cuando en realidad tienen ganan de llorar.

Sin embargo, es fácil de comprender. El problema está en que los hijos se creen lo que dicen los adultos y, una vez adultos a su vez, se vengan engañando a sus propios hijos. “La vida tiene un sentido que los adultos conocen” es la mentira universal que todos creen por obligación. Cuando, una vez adulto, uno comprende que no es cierto, ya es demasiado tarde, El misterio permanece intacto, pero hace tiempo que se ha malgastado en actividades estúpidas toda la energía disponible. Ya no le queda a uno más que anestesiarse como puede tratando de enmascarar el hecho de que no le encuentra ningún sentido a la vida, y engaña a sus propios hijos para intentar convencerse mejor a sí mismo.

De entre las personas que frecuenta mi familia, todas ha seguido el mismo camino: una juventud dedicada a tratar de rentabilizar la propia inteligencia, a exprimir como un limón el filón de los estudios y asegurarse una posición de elite; y luego toda una vida dedicada a preguntarse con estupefacción por qué tales esperanzas han dado como fruto una existencia tan vana. La gente cree ansiar y perseguir estrellas, pero termina como peces de colores en una pecera. Me pregunto si no sería más sencillo enseñarles a los niños desde el principio que la vida es absurda. Ello le robaría algunos buenos momentos a la infancia, pero permitiría que el adulto ganara un tiempo considerable (por no hablar de que uno se ahorraría al menos un trauma: el de la pecera).


Leyendo en voz alta un fragmento de “La elegancia del erizo” de Muriel Barbery

2 comentarios:

UMA dijo...

Un fragmento controvertido...
Creo que a los niños hay que mostrarles la realidad sin contaminarlos, esta es una tarea ardua y diaria, los niños -al menos los mìos- aùn creen que los ladrones roban de noche con capuchas, o que nadie va a tocar lo que es tuyo, creen en la bondad y sòlo se chocan con la realidad que los enmarca en miles de preguntas por las cuales exigen respuesta.
Por la vejez, creo que llega un punto en que los ancianos ya tienen una mirada màs amable y apenas recuerdan las bellas cosas vividas, aunque puede variar segùn las culturas...
Digo: mejor vivir a como dè lugar la visiòn propia, el optimismo diario aunque haya que inventarlo, y el pasado dejarlo atràs que ya se ha ido.
Bicos y ternura, mi Alto Mago

Carz dijo...

Hola Joshua,


Lamento comunicarte que indah falleció el domingo 24 de mayo. Creo que debías saberlo.

Como colaborador en su blog "EnPrimeraPersona" he añadido una entrada anunciando tan triste suceso.

Un abrazo.

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