miércoles, 18 de julio de 2007

Desde otros ojos...


Me gustaría verme con los ojos de las personas que me observan, descifrar sus pensamientos más íntimos, escuchar sus juicios más sinceros y recabar sus críticas más ácidas. Probablemente me sentiría defraudado, porque tengo la seguridad de que la persona percibida sería la de un extraño e indiferente personaje y me daría irremediablemente cuenta de que yo, ese yo, que mimo y, a veces, estúpidamente venero, no existe.

Surge entonces la pregunta de ¿qué es más real, lo que los demás ven o cómo yo me siento? Quizá la realidad, más sabia que nosotros, diste de ambos extremos y no sea ni lo uno ni lo otro, ni siquiera todo lo contrario.

Es curioso como una misma persona es capaz de provocar filias y fobias tan dispares antes sus semejantes, incluso ante una misma persona en distintos instantes del tiempo y a veces del espacio. Recuerdo que, cuando cumplía el servicio militar en Alcalá de Henares, compartía litera y mantel con un miembro de la alta sociedad de Madrid, con apellidos “de y de”, de aparente refinamiento, selecta cultura, pero poco seso, probablemente con mucho din y poco don; y con un muerto de hambre del barrio de Vallecas, de corazón tan generoso como duro, maleducado y malaprendido en la escuela de la calle y en el arte de sobrevivir a la pobreza y al remordimiento. En los tres meses que permanecimos juntos, encerrados en aquel garito, la comunión del rapado de pelo y la moda militar que nos uniformaba, hizo crecer entre nosotros una incipiente amistad o eso me parecía. Mi sorpresa sobrevino cuando conocí, pasado el tiempo, que fuera de aquel cuartel, a pesar de encontrarse con frecuencia, no se dirigían la palabra, me atrevería a decir, que ni siquiera la mirada perdida de una duda, ni el gesto despectivo de un desplante.

Nunca más volvimos a reencontrarnos, allí comprendí, en vivo y en directo, lo que era las clases sociales y tuve conciencia de mi desclasamiento, más cercano a la precariedad que al derroche, a la humildad del pobre que a la soberbia del poderoso; en todo caso, a la confirmación del sentimiento de “lobo estepario” que siempre me acompaña.

Joshua Naraim



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