"Hay muchas clases de amores
tantas como mujeres existen."
"A veces no nos dan a escoger
entre las lágrimas y la risa,
sino sólo entre las lágrimas,
y entonces hay que saber decidirse
por las más hermosas."
Quienes hayan leído cuatro cosas mías en esta columna de periódico sabrán sin duda que nada en la condición femenina me es ajeno. Gran parte de lo mejor y de lo peor de mi existencia tiene que ver con las mujeres. Incluso cada vez que sentí odio pasajero hacia una de ellas, la odié de una manera distinta, como si la odiase por su bien. Me admira su delicadeza, su olor, su manera de administrar la realidad y los sueños para que no se les mezclen más de lo necesario. He conocido mujeres de muy distinta personalidad y cada cual con un carácter muy singular, pero todas ellas tuvieron en común ese estilo tan femenino que les permite echarte de casa no sin antes prepararte el último café. Acabé mal con unas cuantas y aunque algunas me retiraron el saludo, lo cierto es que jamás me cortaron las escaleras de sus casas. Nunca se sabe si vas a necesitar su ayuda. La vida da muchas vueltas y pudieras necesitar las manos de aquella mujer a cuya altura jamás llegaste. Es cierto que aquella fulana te machacó demasiadas veces el bolsillo, amigo, y tienes sobrados motivos para recelar de ella. Harás bien en no pedir su ayuda para un asunto trivial que pueda resolverte un amigo. En los avatares cotidianos cualquier fulano puede sacarte del apuro a cambio de que no le aburras con tu gratitud, pero si viniese una realmente mal dada, amigo, entonces métete en la cabeza que un hombre te saca de cualquier apuro convencional pero cuando las cosas se ponen verdaderamente mal, no hay como una mujer para llamar a la ambulancia y avisar a los tuyos. Es más, las mujeres sacan lo mejor de sí mismas cuando un hombre pierde los estribos, da bandazos y se le desvanece de repente la mínima lucidez que se necesita para no volver a casa durmiendo en canal debajo del tren. Tengo muchas experiencias en situaciones semejantes y no recuerdo una sola de ellas en la que me faltase la mano de una mujer, incluso la mano de alguien a quien acabase de despachar de mi lado con una frase que tendría que haberme podrido la lengua. Me dijo una amiga hace años: "¿Sabes, maldito cabrón?, si te echo una mano es porque un tipo como tú ni siquiera se merece morir con la solitaria dignidad de un perro". Luego tuve la oportunidad de conocer un poco mejor los motivos por los que algunas mujeres les apagan la sed con su saliva a los hombres más infieles e inestables que conocen. Lo hacen por el valor ocupacional del hombre en la anodina vida de una mujer incapaz de sobreponerse al tedio de la soledad. Cuando uno lleva horas circulando a solas por una carretera secundaria incluso agradece que se le cruce un jabalí. Privado de la inquietante figura del lobo, el cuento de Caperucita Roja habría caído en el olvido nada más nacer. Puede que tengan razón las mujeres que dicen que los hombres no somos de fiar cuando les prometemos la felicidad eterna, pero no se llaman a engaño porque también saben que una de las mejores cualidades de la masculinidad es la capacidad del hombre para mentir con absoluta franqueza. Ellas saben, muchacho, que la vida resulta más amena, más interesante, más cierta, al lado de uno de esos tipos generosos y embusteros que parecen capaces de convencerlas de que a ciertas horas, en brazos de alguien que baila como si no fuesen suyos sus pies, en esas circunstancias, maldita sea, la realidad no es más que un jodido trastorno del sueño. Podemos discutir sobre ello, amigo, pero juraría que un hombre tiene mucho ganado cuando a una mujer le hace menos daño ofendiéndola que disculpándose. Quiero decir que hay algo de cordial e inolvidable emoción en la sensible rudeza del hombre que en el momento de la ruptura tiene el detalle de bajar la voz y pagar la factura del almuerzo de su chica con el dinero que necesitaba para no volver a casa caminando por el arcén de la carretera. El problema es que desde hace algún tiempo los hombres tenemos muy mala prensa y se dice por ahí que no está bien visto que un fulano tenga más masa muscular que la pediatra de sus hijos. A veces creo que me he quedado anticuado y que por eso me sale inesperadamente la genealogía del jabalí. Tenemos los hombres un serio problema de ofuscación sentimental que nos lleva a confundir la corazonada con el infarto de miocardio. Yo creo que se debe el obsceno tamaño de nuestras manos, que hacen daño cuando ayudan a salvar a alguien. Mis amigas me conocen bien y saben que no miento. Aunque esté de moda creer lo contrario, la mayoría de los hombres son tipos impulsivos y generosos cuyas manos grandes y pesadas, malditas sea, algunas mujeres todavía las consideran más seguras que vivir agarradas a las bolsas de la compra. Ocurre en las calles solitarias, cuando escuchas al fondo de la niebla las inquietantes y lentas pisadas de alguien que podría ayudarte a superar el miedo de sus pasos. Dice mi amiga S. que hay pocas sensaciones más tranquilizadoras que escuchar a oscuras la transeúnte tos de un hombre en cuyas pisadas se acurruca sin duda el cansancio de ella.
José Luis Alvite
2 comentarios:
Dolorosamente genial el texto que colgaste.
Gracias.
Gracias a José Luis Alvite ,imperdible su relato....ahhhh,cuanta verdad aunque duela...Gracias Joshua por este maravilloso rincón de
vida!!!
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