domingo, 18 de diciembre de 2005

La lucidez (2)


"Los coherentes son lúcidos y fuertes,
responsables e íntegros,
indomables y serios.
Fascinan y arrastran."

El Lúcido necesita descansar, detener por unos momentos el funcionamiento de su lucidez. El refugio suele ser el arte.

El arte, como el deporte, tiene su propia lógica, una convención inventada y aceptada como natural. Sigue reglas claras y precisas que son entendibles y que se pueden abarcar, comprender, modificar. Hay límites para romper o respetar. Hay una dimensión humana, acotada, imaginable.

Cuándo el Lúcido consigue meterse en esto, consigue descansar. Está metido en lo opuesto a la vida. Disfruta de una certidumbre momentánea que sabe inventada, pero puede olvidar que lo sabe. Las artes y los juegos tienen la lógica que le falta a la vida: todo está ligado, relacionado, sigue un proceso ordenado y perfecto. La causa A tiene un efecto B, se puede prever o entender.

Con un grado de conciencia infinitamente menor que el del Lúcido, el hombre común, inteligente o mediocre, siente también la atracción de estas disciplinas.

Todo es coherente; las imágenes, las sensaciones, el pensamiento. Cuando se juega o cuando se cuentan historias, todo tiene un origen, un motivo, un desarrollo lógico y una conclusión perfecta y aceptable. Desaparece la angustia que prohíbe preguntarse “¿Por qué?”. Las preguntas tienen respuesta, hay buenos y malos, hay premios y castigos, hay principio y fin, hay metas, hay resultados, hay tiempo, medidas, reglas, distancia.

Hay emoción sin riesgo, violencia permitida, muertes siempre ajenas. El hombre común siente que sabe, que es dueño de las respuestas, y aunque sea sólo por un rato y en un ámbito exclusivo, es un momento y un lugar al que se puede volver. El Lúcido sabe que es un juego que se ha permitido jugar.

Todo Lúcido disfruta observando la Naturaleza. Es otro refugio eficaz. Es lo único que lo sorprende, que lo maravilla. Percibe la lógica de causa y efecto, pero eso es todo lo que puede llegar a entender. Le alegra profundamente no saber el motivo. Porque no hay motivo. Siente al placer de no saber, de contemplar fenómenos de gran belleza, pero sin premisa, sin motivo. El inmenso placer de contemplar el absurdo en acción sin tener que hacer el esfuerzo para explicarlo, porque no existe explicación.

El Lúcido vive acosado por el riesgo de saber demasiado y por la soledad resultante de sus cualidades.

(…continuará)









1 comentario:

Karl Andrews dijo...

Creo que entre todos los seres que gobiernan mi ser, hay algunos lucidos y hay muchos mediocres, sera por eso que a vece puedo apreciar el arte cuando lo veo o leo, y a veces me desboco como un demente cuando veo una carrera de Formula 1 que si la analizas friamente no es mas que un grupos de hombres dando vueltas en un carro...

Me encanto esta reflexion!
Saludos
Karl

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