He sido siempre un soñador irónico, infiel a las promesas interiores. He gozado siempre, como otro y extranjero, de las derrotas de mis devaneos, asistente casual a lo que pensé ser. Nunca he dado fe a aquello en que he creído. He llenado mis manos de arena, le he llamado oro, y he abierto las manos de toda ella, escurridiza. La frase había sido la única verdad. Una vez dicha la frase, todo estaba hecho; los demás era la arena que siempre había sido.
Si no fuese por el soñar siempre, por el vivir en una perpetua enajenación, podría, de buen grado, llamarme un realista, es decir, un individuo para quien el mundo exterior es /una nación/ independiente. Pero prefiero no darme nombre, serlo que soy con /cierta/ oscuridad y tener para conmigo mismo la malicia de no saberme prever.
Tengo una especie de deber de soñar siempre, pues, no siendo más, ni queriendo ser más, que un espectador de mí mismo, tengo que tener el mejor espectáculo que puedo. Así me construyo con oro y sedas, en salas supuestas, tablado falso, escenario antiguo sueño creado entre juego de luces suaves y músicas invisibles.
Guardo, íntimo, como la memoria de un beso agradable, el recuerdo infantil de un teatro en el que el escenario azulado y lunar figuraba la terraza de un palacio imposible. Había también, un parque vasto alrededor, y gasté el alma en vivir como real todo aquello. La música que sonaba blanda en aquella ocasión /mental/ de mi experiencia de la vida, convertía en real de una fiebre aquel escenario gratuito.
El escenario era definitivamente azulado y lunar. En el tablado, no recuerdo quién aparecía, pero la pieza que pongo en el paisaje recordado me sale hoy de los versos de Verlaine y Pessanha; no era la que olvido pasada en el palco vivo más acá de aquella realidad de azul música. Era mía y fluida, la mascarada inmensa y lunar, el interludio de plata y azul concluido.
Después vino la vida. Aquella noche me llevaron a cenar al León. Conservo aún el recuerdo de los filetes en el paladar de la nostalgia –filetes, lo sé porque lo supongo, como hoy nadie hace o no como yo. Y todo se me mezcla –infancia, vivida a distancia, comida sabrosa de noche, escenario lunar, Verlaine futuro y yo presente- en una diagonal confusa, en un espacio falso entre lo que he sido y lo que soy.
Fernando Pessoa