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domingo, 24 de octubre de 2010

Desasosiego


El hombre no debe poder ver su propia cara. Eso es lo más terrible que hay. La Naturaleza le dio el don de no poder verla, así como de no poder mirar sus propios ojos.
Sólo en el agua de los ríos o de los lagos podía mirar su rostro. E incluso la postura que tenía que adoptar para hacerlo era simbólica. Tenía que curvarse, agacharse para cometer la ignominia de verse. 
El creador del espejo envenenó el alma humana. 


Fernando Pessoa. De el "Libro del desasosiego"

domingo, 22 de agosto de 2010

De las piedras del camino y un regazo en que llorar


Acudo a mi cita diaria con el blog. Me acerco a tu orilla y te cuento cosas que tu ya sabes pero que te gusta oír.Te ofrezco un poco de la ambrosía que destilo en mis ratos de ocio, una droga para el alma que estimula la imaginación, espanta el miedo y disuelve la soledad.


Estaba un día Diógenes plantado en la esquina de una calle y riendo como un loco.
¿De qué te ríes?, le preguntó un transeúnte.
¿Ves esa piedra que hay en medio de la calle? Desde que llegué aquí esta mañana, diez personas han tropezado en ella y han maldecido, pero ninguna de ellas se ha tomado la molestia de retirarla para que no tropezaran otros.


Fuente: La oración de la rana, pág. 226. Anthony de Mello


¿Dónde está Dios, aunque no exista? Quiero rezar y llorar, arrepentirme de crímenes que no he cometido, disfrutar de ser perdonado por una caricia no propiamente maternal.
Un regazo para llorar, pero un regazo enorme, sin forma, espacioso como una noche de verano, y sin embargo cercano, caliente, femenino, al lado de cualquier fuego... Poder llorar allí cosas impensables, faltas que no sé cuales son, ternuras de cosas inexistentes, y grandes dudas crispadas de no sé que futuro...
Una infancia nueva, una ama vieja otra vez, y una cama pequeña donde acabe de dormirme, entre cuentos que arrullan, mal oídos, con una atención que se pone tibia, de rayos que penetraban en jóvenes cabellos rubios como el trigo... Y todo esto muy grande, muy eterno, definitivo para siempre, de la estatura única de Dios, allá en el fondo triste y somnoliento de la realidad última de las cosas...
Un regazo o una cuna o un brazo caliente alrededor de mi cuello... Una voz que canta bajo y parece querer hacerme llorar... El ruido de la lumbre en el hogar... Un calor en el invierno... Un extravío suave de mi conciencia... y después sin ruido, un sueño tranquilo en un espacio enorme, como la luna entre las estrellas...


Fuente: Libro del desasosiego, pág.213. Fernando Pessoa.

martes, 13 de mayo de 2008

Diagonal confusa

soñador
He sido siempre un soñador irónico, infiel a las promesas interiores. He gozado siempre, como otro y extranjero, de las derrotas de mis devaneos, asistente casual a lo que pensé ser. Nunca he dado fe a aquello en que he creído. He llenado mis manos de arena, le he llamado oro, y he abierto las manos de toda ella, escurridiza. La frase había sido la única verdad. Una vez dicha la frase, todo estaba hecho; los demás era la arena que siempre había sido.

Si no fuese por el soñar siempre, por el vivir en una perpetua enajenación, podría, de buen grado, llamarme un realista, es decir, un individuo para quien el mundo exterior es /una nación/ independiente. Pero prefiero no darme nombre, serlo que soy con /cierta/ oscuridad y tener para conmigo mismo la malicia de no saberme prever.

Tengo una especie de deber de soñar siempre, pues, no siendo más, ni queriendo ser más, que un espectador de mí mismo, tengo que tener el mejor espectáculo que puedo. Así me construyo con oro y sedas, en salas supuestas, tablado falso, escenario antiguo sueño creado entre juego de luces suaves y músicas invisibles.

Guardo, íntimo, como la memoria de un beso agradable, el recuerdo infantil de un teatro en el que el escenario azulado y lunar figuraba la terraza de un palacio imposible. Había también, un parque vasto alrededor, y gasté el alma en vivir como real todo aquello. La música que sonaba blanda en aquella ocasión /mental/ de mi experiencia de la vida, convertía en real de una fiebre aquel escenario gratuito.

El escenario era definitivamente azulado y lunar. En el tablado, no recuerdo quién aparecía, pero la pieza que pongo en el paisaje recordado me sale hoy de los versos de Verlaine y Pessanha; no era la que olvido pasada en el palco vivo más acá de aquella realidad de azul música. Era mía y fluida, la mascarada inmensa y lunar, el interludio de plata y azul concluido.

Después vino la vida. Aquella noche me llevaron a cenar al León. Conservo aún el recuerdo de los filetes en el paladar de la nostalgia –filetes, lo sé porque lo supongo, como hoy nadie hace o no como yo. Y todo se me mezcla –infancia, vivida a distancia, comida sabrosa de noche, escenario lunar, Verlaine futuro y yo presente- en una diagonal confusa, en un espacio falso entre lo que he sido y lo que soy.

Fernando Pessoa



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