
A medida que profundizamos en nuestras vidas y maduramos, nos va rodeando un nuevo silencio: el de las personas que crecieron y progresaron con nosotros. Por el contrario, un nuevo fervor nos rodea: el de aquellos que sin suponer nada en nuestras vidas, sin tener intereses, nos muestran su atención y afecto. Esta es la prueba objetiva de que estamos en otro , plano de la existencia, de que no somos lo que fuimos, rotas ya tantas amarras.

Entre el ansiar el más allá -abrazar la vía mística- y la vida puramente vegetativa, animal, existe una tercera senda: la del ignorante-ebrio que, al ignorarlo todo conscientemente, lo sabe todo. El ignorante-ebrio ignora los extremos, la dualidad, no persigue el cielo ni teme el infierno. El ignorante-ebrio no tiene más afán que el respirar y gozar la luz.

Cuanto más arriba se asciende en la montaña de la vida (o del reconocimiento) más huracanados son los vientos que azotan. Esta es una verdad incuestionable. Pienso, sin embargo, que lo más difícil no es aguantar, impertérrito, los fuertes vientos de la cima. Lo más difícil es saber descender de la montaña a tiempo.

Textos de Antonio Colinas de "Tratado de armonía".